Si en algo puede hacerse realidad "el sueño del pibe argentino" es de la mano de su abuelo, de su tío o de su primo mayor frente a la majestuosidad del kiosko. "Elegí lo que quieras", dice el grande. "Quiero todo", es capaz de decir un chico. Ojo, cualquier grande también. Y más si camina desprevenido, con un poco de ganas de algo dulce y no está acostumbrado a ver ante sí tanto despliegue de dulzuras artificiales y nombres tan extraños como: "bazooka", "suchard", "jirafita", "bon o bon", "fizz". El kiosko argentino es el espacio donde las golosinas por excelencia han encontrado su lugar en el mundo. Porque alfajores Jorgito, chicles Jirafa, caramelos Sugus, corazoncitos Dorin´s o chocolate Pargagüitas, dudamos que encuentre así no más en otros horizontes. El kiosko es, además de una salida laboral viable para iniciarse en el cuentapropismo, una vidriera donde la alegría puede alcanzarse por un rato. Cuando pase delante del kiosko, preste antención. También hay panchos, bebidas, figuritas, lapiceras, mapas y kioskeros que hablan en inglés.